Odresa, la sacerdotisa de Niretsei
Pude haber hablado de ella en algún momento, pero no tuve la suficiente valentía como para nombrarla sin que mis pensamientos se paralizaran ante su recuerdo. Pero necesito recordar ese pasado azul en ese exilio casi mortal del que pude escapar por un instante.
Mi contacto con ella fue fugaz, pero tan impactante como su presencia y su existencia. Azul, muy azul, casi perfecta, ondulante en su trayectoria hacia la luz. Envuelta en una mística e indescriptible calma.
Su nombre era Odresa, la sacerdotisa de Niretsei, la estrella más lejana de todo el universo, alejada de cualquier punto tan distante, casi perdida.
Odresa, una maga sin adjetivos, que podía poner a sus pies a los dioses de todas las galaxias. Inmutable, sin gestos, sin alardes, sin misericordia alguna.
Ella habitaba en el reino de la abundancia, protectora y soberbia, cultivando los dones de su morada, repartiendo equitativamente los frutos que en su jardín maduraban.
Era resguardada por dos montañas. Una siempre estaba iluminada, blanca y helada, y aunque bañada por la luz, su hielo no se derretía. Perpetua y fría, pero radiante. La otra era oscura, sombría, pero cálida a la vez. Custodiada por un manto azul que se extendía hasta el fin.
Niretsei era una estrella errante, viajado siempre a los sitios más alejados y oscuros del universo. Una estrella con una sola habitante, que jamás estaba sola, porque a ella llegaban multitudes solicitando ayuda. No puedo hablar de una, sin la otra. No puedo nombrar a esa estrella, sin nombrar a su diosa. Ambas eran una. Y ambas eran dos. Una maga en una estrella haciendo de su existencia, un sacerdocio para complacer a su alma.
La gran sacerdotisa azul, viajando en una estrella fugaz, sin moverse de su espacio, sin detenerse en el tiempo. Fluyendo en la constante marea de lo que no existe y existe a la vez.
Caminante sin sendero, maga eterna, guerrera constante, alma sumisa, viajera errante. Pero tenía tanto de bondad como de oscuridad. Tan dramáticamente profunda como superficial. Tan enigmática, como incierta. Tanta luz y tanta sombra, sin saber ponerle límites a su dualidad.
A veces amaba, y a veces odiaba, con tanta fuerza como podía. Era trampa y era salvación. Era alivio y era tortura. Escapar de ella era un acto de magia. Y quien lograba escapar, era incapaz de advertir a los otros, de su dominio incierto. Pues era necesario que para trascender, cada ser debiera tener un encuentro con esa mortal dualidad. Solo una vez debían encontrarla en su camino y convertirse en víctimas de su ego. Solo así es alcanzable la victoria.
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Odresa_ perteneciente a la obra El Viaje de un Alma Azul